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BARRIOS: SAN JACINTO

  • La Bella Tuxtla
  • 27 jul 2016
  • 6 Min. de lectura

“La historia de un barrio es compleja pero no imposible: es una mezcla de identidad, costumbres, tradiciones, olores y sabores. No hay nada más hermoso que pertenecer a alguno, ser uno mismo con sus calles, con sus parques y puentes para poco a poco dejar una huella imborrable en la Historia.”

Durante la conquista territorial e ideológica llevada a cabo por los españoles en el Siglo XVI, fueron los dominicos uno de los primeros en pisar suelo tuxtleco. Ellos erigieron las primeras capillas de la ciudad: San Roque, Santo Domingo, San Miguel y San Jacinto. En esta entrada nos centraremos y profundizaremos en San Jacinto.

Existen registros que expresan que el templo de San Jacinto de Cracovia se ubicó originalmente en la 2ª Avenida Norte entre 1ª y 2ª Oriente Norte; esto a finales del Siglo XIX y a principios del Siglo XX.


El Barrio de San Jacinto anteriormente se encontraba delimitado por: Calle del Estado (hoy Calle Central), Calle Matamoros (hoy 7ª calle oriente norte), Avenida Progreso (hoy 1ª Avenida norte) y la Avenida Domínguez (hoy 4ª Avenida norte oriente). Actualmente el Barrio se extiende hasta la 8ª norte oriente. (En la imagen el "Mercado de Las Flores" o "20 de noviembre").


Origen de sus habitantes

Los Zoques a lo largo del tiempo fueron desapareciendo ya que los hijos, nietos y demás descendientes ya no hablan esta lengua, ni visten la ropa que los caracteriza. Hoy solo vemos que portan este traje en algunas fiestas Zoques.

Los tuxtlecos o mestizos fueron los que siguieron a los Zoques en sus costumbres y tradiciones, las cuales son muy parecidas porque tienen sus orígenes en ellos.


A principios del Siglo XX, los hombres se vestían diariamente con sombrero de petate, camisa de manta, pantalón de manta o dril y sus respectivos huaraches. Para los casos especiales -como una fiesta- se vestían con sombrero de fieltro, camisa de mangas largas con corbata, pantalón de casimir y zapatos negros. Así vestían los hombres en esa época dorada de Tuxtla Gutiérrez.


Las mujeres vestían con trenzas amarradas, camisas sin holán, y faldas largas. Este era el atuendo con el que, después de despertarse muy temprano, preparaban los ricos desayunos acompañados de tortilla 100 % de maíz hecha a mano. Para las ocasiones especiales, las mujeres hermosas se vestían con trenzas con listones, rebozo, camisa con holán, faldas largas de un solo color o floreadas y zapatos. La elegancia y la belleza era una característica de nuestras mujeres tuxtlecas.

Costumbres y tradiciones

A principios de la década de los 30's el Coronel Victórico Reynosa Grajales era Gobernador del Estado; el presidente municipal era el historiador Gustavo López Gutiérrez. Durante esos años se vivieron momentos de mucha tensión derivada de la campaña anticlerical: se ordenó que el pueblo entregara los santos que tuvieran en sus casas para quemarlos; esta orden se extendió también a las iglesias y sin marcha atrás se llevó a cabo la orden. Durante el acto de cremación se hicieron pilas de imágenes de santos frente al Parque Central, extendiéndose el fuego hasta San Jacinto. Doña Irma Zebadúa Álvarez aún tiene fe en que el santo exista escondido en alguna casa dentro del barrio.

El barrio no se quedó con los brazos cerrados y tampoco se conformaron. Corría el año de 1936 cuando ya había pasado el perseguimiento anticlerical. Doña Panchita Castillejos, mandó a hacer con Don Luis Mancilla una imagen de San Jacinto, este le costó $25.00 y Doña Panchita empezó a rezarle en su casa y lo festejaba como siempre lo había hecho.

Alrededor de los años 1938-1939, Doña Panchita Castillejos le compró a Doña Francisca de la Cruz un terreno ubicado en la 5ª Avenida Norte Oriente entre 2ª y 3ª Calle Oriente con la idea de que ahí se construyera el templo para San Jacinto. El predio tuvo un costo de $100.00

En 1944 se organizó el barrio. Dirigidos por Doña Panchita Castillejos y apoyada por sus hijos y demás familiares, se dispusieron a construir un nuevo templo. Se realizaron kermeses, rifas y salieron a pedir cooperación por todo el pueblo para reunir fondos para la construcción.

Doña Juana Tevera y Don Pascual Gómez mandaron a hacer con Don Luis Mancilla un San Jacinto más grande que el que tenía Doña Panchita, que es el que actualmente se encuentra en la iglesia y junto a él, San Jacinto pequeño.

Durante muchos años las personas del barrio junto a las familias que trabajaban para la iglesia pusieron manos a la obra para construir la primera parte del templo. Inició con una sala de 14 metros de largo por 7 de ancho. En la segunda etapa de construcción se formó un nuevo comité para seguir impulsando la construcción, se agregaron 12 metros más de largo, para quedar como actualmente está: con 25 de metros de largo por 7 de ancho. También platican que en alguna festividad el entonces Presidente Municipal, el Señor Juan Sabines Gutiérrez, visitó la iglesia y al ver las necesidades que había de terminarla ayudó en nombre del del municipio con el piso y unos ventiladores, y de manera personal él sacó su cartera para darle unos billetes a Doña Amparito, quien lo detuvo en esa acción y él dijo: “No cabrona, así no juego, aquí cooperamos todos”. Las escrituras de la iglesia fueron entregadas por el entonces Obispo de la Diócesis de Tuxtla Gutiérrez, Monseñor José Trinidad Sepúlveda.

Los habitantes del barrio veneraban a San Jacinto con festividades en su día, el 17 de agosto. Cuentan los vecinos que durante todo el año se trabaja para festejar al Santo; el comité de festejos nombraba comisiones entre los vecinos para realizar kermeses, rifas, bailes o para pedir cooperaciones económicas en las casas. Todo el dinero recaudado servía para festejar al santo en su día. Los festejos empezaban con un novenario de rezos (rezos nueve días antes de la fecha del santo) nombrando para cada día una madrina, quien a su vez invitaba a sus comadres, vecinas y familiares para las ensartas de flores, que consisten en ensartar en hilos las flores de mayo, haciendo unas tiras de cuatro a cinco metros de largo. Todas se reunían en la casa de la madrina, llevaban flores que cultivaban en sus jardines o pencas de flor de coyol. Una vez terminada esta labor se dirigían a la iglesia con las ofrendas elaboradas y se hacían acompañar de música de viento o de tambor y pito, quemando cohetes en el trayecto.

Adornaban el altar haciendo con las flores una especie de respaldo y en medio colocaban al santo. Al término del rezo rosario quemaban cohetes y luego venían los juegos de encostalados, el palo encebado y el comal tiznado. El vencedor del juego era el que se llevaba el premio. Repartían café con pan o se daba el refresco de temperante (esencia que preparaban hirviendo agua con canela y azúcar, adquiriendo un sabor agradable y la teñían de rojo vegetal). Así pasaban los nueve días.

Una noche antes del mero día del santo se hacía la velada: se adornaba el altar, se rezaba el rosario y al final se quemaban más cohetes que de costumbre. Se quemaba el torito, que los niños perseguían contentos; se daban tamales de bola, café y atol agrio, y después empezaba el baile que duraba toda lo noche. Al amanecer se hacía el rompimiento, cantaban alabados al santo, se rezaba, luego se repartía a toda la gente que llegaba tamales de hoja de milpa, pan de cazueleja, café y chocolate. Todo esto lo daban las madrinas apoyadas por el comité de festejos y sus familiares, para elaboras los manjares que repartían y algunos cooperaban con dinero para los gastos. Durante la mañana salían carros alegóricos con la reina y sus princesas y otros representando a barrios invitados. En la iglesia se tomaba pozol en jícara y la marimba tocaba y alternaba con tambor y pito, se soltaban globos que se elaboraban con papel china de colores, habían carreras de caballos; los triunfadores era premiados por las bellas mujeres del barrio con ramos de flores, pañuelos o sombreros, según el gusto de la madrina. Se nombraba el comité de festejos para el siguiente año. Al medio día se repartía la comida que consistía en sopa de arroz, sopa de fideos, cochito y guajolote en mole. Luego seguía el baile hasta el anochecer. Las gentes se despedían del santo, pidiéndole que les permitiera el siguiente año volverlo a festejar. Y así terminaba el festejo del mero día de San Jacinto.






¡¡Visita el Barrio de San Jacinto, un Barrio muy tuxtleco!!

Fuentes de Consulta:

Mejia Gutiérrez, Rutila(2005) "Cronica del Barrio de San Jacinto" Tuxtla y sus barrios, Historia, crónica y vida cotidiana, Ediciones y Sistemas Especiales l, S.A de C.V. p.p. 33-66


 
 
 

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